La villa Loyola, en el partido de General San Martín
Por Mariano Gaik Aldrovandi (Clarín)
Siete tiros, atacantes con
máscaras de payaso y un hombre acribillado. El crimen de Omar Ibáñez (41) no
sólo tiene un condimento mafioso: es el final de una película que arrancó un
año antes y puso en evidencia la violencia cotidiana que se vive en la villa
Loyola, a 15 kilómetros
del Obelisco, en un territorio tomado por los narcos.
Quienes viven en este
asentamiento ubicado sobre avenida De los Constituyentes, en el límite de San
Martín y Vicente López y a 15 cuadras de la General Paz, aseguran que en muy
pocos meses el barrio cambió por completo: chicos con fusiles y chalecos
antibalas, jóvenes que “hacen campana” en los accesos a la villa y tiroteos
durante la noche.
Según fuentes oficiales y
el propio testimonio de los vecinos, todo comenzó hace un año, con la llegada
de una nueva banda narco que buscó monopolizar el negocio de la droga. El
conflicto tiene distintas explicaciones: una habla de una división entre los
jefes de la banda y enfrenta a los narcos con los viejos ladrones “con
códigos”. Aunque podría tratarse de una mezcla de ambas.
Desde entonces, en Loyola
gobierna la paranoia. En distintas recorridas, los vecinos contaron a Clarín
cómo la droga marca el pulso de sus vidas. Todos hablan con miedo y una
condición: ocultar sus nombres verdaderos. “¿Viste la película ‘Ciudad de
Dios’? Bueno, esto es igual”, grafica Gastón. “Esta locura se desató hace un
año”, cuenta el hombre, de unos 40 años. “Se pasean con armas largas, como
soldaditos. Los ves parados en la esquina cuando llegás a tu casa. Vigilan cada
movimiento que hacés”, agrega.
A las cinco hectáreas que
ocupa Loyola sólo se puede acceder a pie o en moto. Incluso las veredas sobre
Constituyentes son un pasillo, ya que algunos aprovecharon para construir sobre
el cordón. “Ni se te ocurra meterte ahí. Te van a c... a tiros”, advierte
Maximiliano a Clarín. El joven, que vive en el complejo de monoblocks conocido
como Villa Zagala y que está integrado a Loyola, habla con desconfianza y mide
cada palabra. Solamente se refiere al “tema” y los “muchachitos”. Como se ve
expuesto hablando en la vereda prefiere brindar un teléfono para “charlar más
tranquilos”. Más tarde contará que se oyen tiros todas las noches y luego
aparecen heridos tirados en el playón. “A veces (los baleados) son los mismos
que vienen a comprar. Ven que vienen empilchados o en un buen coche y cuando
salen con la droga los afanan”, agrega el vecino.
“Mirá, ahí tenés a un
soldatito”, dice Juan. El hombre está parado sobre La Nueva, una de las calles
laterales de Loyola junto a su hija, que juega sobre el asfalto. Por atrás,
pasa un joven robusto y se para sobre la vereda de enfrente. Al instante llega
otro. El vecino entiende el movimiento, toma a su hija de la mano y desaparece.
No solo la gente del
barrio tiene miedo. Quienes vigilan los búnkers extremaron sus medidas de seguridad
y hasta requisan a sus propios clientes si les ven “cara de canas”. No quieren
sorpresas ni de la Policía, ni de sus enemigos.
Una fuente oficial
consultada por Clarín señaló que antes de que mataran a Omar Ibáñez, el 2 de
febrero, hubo un robo en una casa donde se guardaba droga y dinero. Aunque los
ladrones actuaron encapuchados, los dueños del lugar habrían identificado a
Omar como ideólogo del golpe, ya que mantenía un conflicto previo con ellos.
Tres días después, un
hombre apareció tirado con cuatro tiros en su cuerpo en la esquina del hospital
Belgrano, en Constituyentes y Francisco Melo. La víctima fue identificada como
Christian Ahumada (44). Cuando le tomaron declaración dijo que le habían
entrado a robar en su monoblock de Villa Zagala. Pero los investigadores creen
que el móvil fue otro.
Unas semanas antes se
registró otra seguidilla de tiroteos en la villa 18, ubicada en Billinghurst, a
unas 50 cuadras de Loyola. El primero fue el 23 de diciembre y tuvo como objetivo
a Dylan, hijo extramatrimonial de Miguel Ángel “Mameluco” Villalba, el capo
narco condenado a 23 años de prisión que intentó ser intendente de San Martín.
Aunque recibió varios disparos, sobrevivió al ataque. El 31 de diciembre, a
pocas cuadras de allí, sicarios mataron a Ricardo “Garza” Nazarotti, sindicado
como mano derecha de “Mameluco”.
Al día siguiente, otra
vez en la villa 18, un joven de 20 años, una mujer de 42 y una nena de cinco
fueron heridos de bala en otro confuso episodio. La Policía sabe que el
principal sospechoso del ataque tiene antecedentes por drogas.
Para los investigadores,
Con “Mameluco” encarcelado, lo que quedó del clan se disputa el control de
villa Loyola. La mayoría de los vecinos asegura que “los narcos vinieron de la
villa 18” y que “no son caras conocidas”. Para las autoridades, vinieron de
otros barrios, como la villa 1-11-14, en el Bajo Flores. “Alguien los trajo y
les dio todas las facilidades para instalarse”, apuntó un investigador.
En la Municipalidad de
San Martín reconocen la situación. “Los vecinos vinieron a decir que veían
gente con armas largas ahí adentro”, asegura a Clarín el secretario de Gobierno
y Seguridad del municipio, José María Fernández. Y agrega: "Con esa
información hicimos la denuncia y ahora la Justicia debe investigar".
Según el funcionario, la
problemática está siendo abordada junto al Ministerio de Seguridad de la Nación
y su par bonaerense. "Necesitamos que los agentes de las fuerzas federales
estén en los barrios más conflictivos", explica.
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