René Alejandro "el Chancho" Sosa, conocido narco cordobés
Por Miguel Durán (Para la Voz del Interior, Córdoba)
Se llama René Alejandro
Sosa. Le dicen “el Chancho”. Nació y creció en barrio Maldonado, al este de la
ciudad de Córdoba. No oculta su odio hacia los policías porque su padre,
delincuente de profesión, fue acribillado cuando René aún era un niño. A los 14
años, fue detenido por primera vez.
De muy joven se dio
cuenta de que el robo como forma de vida no conducía a nada y era mucho más
redituable y menos peligroso comercializar estupefacientes.
Siguió el consejo de sus
familiares mayores que conocían el negocio y rápidamente se transformó en un
ícono narco, compitiendo con otro traficante, que de manejar un colectivo pasó
a distribuir cocaína: Jorge “el Gallo” Altamira.
Estos dos hombres con
apodos de animales de corral comenzaron a aparecer en el diario. Siempre se
dijo que ambos tenían a la Policía “comprada” y aceitados contactos con
políticos.
Existía una guerra
silenciosa entre “el Chancho” y “el Gallo” para manejar el tráfico de
estupefacientes de la ciudad.
Altamira había abierto
negocios a nombre de su esposa y tenía testaferros, hasta que “perdió” cuando
le encontraron un kilo de cocaína en su auto al estacionarse frente a una
farmacia.
Siempre se sospechó que
se la “plantaron”, pero finalmente “el Gallo” y su banda salieron de
circulación.
Esto contribuyó al
crecimiento del “Chancho”, a esa altura sindicado como el mayor distribuidor y
fabricante de cocaína de la ciudad.
Tenía un ejército de
adulones y guardaespaldas, y traía “cocineros” de Bolivia para elaborarla a
partir de la pasta base.
Influenciado por las
películas de mafiosos, abrió un boliche al que bautizó “El Don”. Este “Don
Corleone” a la cordobesa, amante de los cuartetos, se transformó en un
empresario de la noche y contrataba grupos que actuaban en su boliche ubicado
frente al parque Las Heras.
A esa altura, la Policía
ya lo perseguía. Sabía que el ABC para ser capo del narcotráfico era cuidarse
de hablar por teléfono y jamás tener droga encima.
El negocio era más que
redituable. Cambiaba de autos como de corte de pelo. E inauguró otro boliche en
Pilar.
Su reino se expandía y de
pronto su estrella comenzó a apagarse. Cada vez que aparecía mencionado,
cambiaba de domicilio. Varias veces se presentó ante la Justicia federal porque
temía que la Policía le plantara droga.
Había salido indemne en
un juicio y creyó que su impunidad crecía. Sin embargo ocurría todo lo
contrario. A fines de 2013, harto de escabullirse y con un pedido de captura
sobre sus espaldas, un derrotado Sosa se entregaba para no volver a recuperar
la libertad.
“No lo juzguen por su
fama”, imploró su abogado Miguel Juárez Villanueva. “Sosa no tiene vehículos,
no tiene dinero. Pareciera que los cordobeses somos tan mediocres que tenemos
un jefe narco trucho”, dijo.
Gran parte de lo que
manifestó el defensor era verdad. “El Chancho” ya no era capo mafia.
Hoy, los que manejan la
droga al por mayor viven en una villa y en un ciudad-barrio. Tienen tres o
cuatro vehículos de alta gama y nadie los toca. Compran voluntades, como en su
momento lo hicieron Sosa y Altamira.
La droga ha inundado la
ciudad y los tiroteos entre bandas rivales son hoy, con su cuota de sangre y
muerte, moneda corriente.
“El Chancho” Sosa ya es
historia.
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