29 de septiembre de 2015

Bella Vista: un barrio de la periferia cordobesa que vive al compás del narcotráfico

Los grafitis reflejan el estado permanente de violencia que se vive en Bella vista

Por Gabriela Origlia (La Nación)

Las palabras matarán las balas. Sanarán las almas." Ese texto estuvo durante mucho tiempo en un mural en la Biblioteca Popular Bella Vista. Fue por algo: porque es de lo que "la gente habla". Ese barrio obrero de unos 18.000 habitantes, a unas 15 cuadras del centro cordobés, es una de las zonas más calientes por la presencia de bandas relacionadas con la venta de droga. Allí, los vecinos conviven con el delito.

Al mediodía las calles parecen tranquilas. Pero los vecinos aconsejan no confiarse. Cuentan y hablan, pero piden anonimato. "Si no, te apuntan y chau...", grafica a LA NACION M., una mujer de unos 35 años.

El barrio está en el listado de zonas donde el narcotráfico opera con "actividad controlada". Es decir, con bandas que se dividen el territorio. Según datos del Observatorio de Seguridad Ciudadana (OSC), la mayoría de los homicidios son por ajustes de cuenta. Un joven de entre 14 y 24 años tiene allí diez veces más probabilidades de ser asesinado que en otro lugar de la capital cordobesa.

R., un quiosquero, comenta que "todos saben quiénes venden y compran", pero el temor paraliza a algunos, y otros sacan ventaja del silencio: "Les prestan plata o los sacan de algún apuro; para qué hablar". A comienzos de este año, los vecinos, a mano alzada, hicieron un mapa marcando 17 puntos de venta de drogas (pastillas, "alita de mosca" -cocaína más fenacetina, de aspecto escamoso-, cocaína y porros) en diez cuadras.

El legislador provincial Aurelio García Elorrio entregó el listado al Fuero Provincial de Lucha Contra el Narcotráfico. "Ayudamos a algunas víctimas de los «zombies»; los llaman así porque están dados vuelta todo el día; desconocen a sus propios vecinos, los atacan", explica.

Bella Vista es uno de los 63 barrios identificados por el OSC porque hubo operativos e incautaciones de drogas. En el cruce de datos, tiene las más altas tasas de homicidio. Alto nivel de tráfico, control del espacio público por parte de las bandas y pocos dealers, pero organizados.

Carolina Pedernera es dirigente del Centro Vecinal. Hace un año fue a la comisaría y, sobre un mapa, mostró dónde hay narcomenudeo. "No pasó nada, todo sigue igual", señala. Organiza talleres para tratar de sacar a los chicos de la calle. Los entusiasmó el Plan de Empleo Joven, que, a fines de 2014, pusieron en marcha la Nación y la municipalidad.

Reunió a 36 chicos, algunos de los más aislados porque consumen o tienen actividades poco claras; cursaron cuatro meses un taller sobre derechos y deberes en el mercado laboral. En marzo comenzaba la segunda parte, en la que debían elegir entre 72 oficios y recibirían una beca por un año. "No hay nada, me contestan que no hay plata. Eso provoca desilusión y los chicos terminan creyendo que es mejor seguir fumando sin hacer nada", dice.

Según la encuesta de Cohesión Social, Victimización y Percepción de Inseguridad del OSC, en el barrio sólo el 37,5% está satisfecho con su propia vida; el 68,8% cree que sus hijos no estarán mejor que ellos; frente a la inseguridad, el 37,5% se las arregla solo. La mayoría confía en los propios vecinos (50%); el 31%, en los medios; el 25%, en la Iglesia, y el 0%, en los políticos.

T. trabaja en lo que consigue (poco), tiene seis hermanos, madre y un padrastro con problemas legales: "Con comprarme un porro me olvido de que tengo hambre". Le basta con cruzar la calle o dar la vuelta a la manzana. "Si no, te lo traen." Con $ 20, cree que se le pasan los problemas; la dosis de alita de mosca está entre 200 y 350 pesos.

Miguel De Giorgi es el párroco de la iglesia Santa Teresita. A metros de ahí se vende droga. Señala que los mayores están "preocupados, dolidos y desesperados" por lo que pasa con sus chicos. "Una mujer que vivía en una tapera me decía que el suyo se llevaba cualquier cosa para hacerla plata y consumir; además, la maltrataba", señala.

"Ven que pueden hacer plata, que es fácil", sostiene A. Esa lógica desarmó a su familia. Pedernera es terminante: "Hay ausencia de Estado, los grupos están desmenuzados, no hay contención. El que tiene necesidades no denuncia porque sabe que en cualquier momento va a tener que pedirle unos pesos al que vende. Los narcos pagan remedios, internaciones u operaciones...".

El fiscal general de la provincia, Alejandro Moyano, insiste en que el narcotráfico "no reemplaza al Estado" en ninguna zona de la provincia. Plantea que en su jurisdicción sólo puede investigarse el narcomenudeo, mientras que el narcotráfico es responsabilidad federal.

"No hay zonas liberadas ni nada parecido", afirmó, al tiempo que recordó que funciona la Fuerza Policial Antinarcóticos, manejada por el Ministerio Público Fiscal y no por el jefe de policía. Planteó que los efectivos están entrenados para combatir las redes narcos, que son "estructuras sofisticadas, complejas".

A la vista de todos

Andando por el barrio se acumulan datos. El colectivero que desvía su recorrido por Fuencarral y baja y compra; la mamá de 16 años que se olvida al hijo en la escuela porque se quedó fumando en Costa Cañada; los autos que a la misma hora se paran en el mismo lugar, dejan un paquete y se van; la familia de los Simios o la Banda del Faso.

En Bella Vista no hay cocinas (la droga llega de José Ignacio Díaz, Maldonado o Muller). Susana Fiorito, compañera del escritor Andrés Rivera, dirige hace 25 años la Biblioteca. Afirma que hay un dealer por cuadra, que se cansa de ver cómo entregan paquetes a la madrugada.

Su ayudante, Juvenal, remarca que cuando cae un jefe o hay una pelea de bandas "se multiplican las muertes; después viene un tiempo de «paz» hasta que recomienza el ciclo".

D. y R. aceptan hablar con LA NACION fuera del barrio. Aunque todos los conocen (y ellos conocen a todos), prefieren no exponerse. Los dos tienen hijos que consumen o lo hicieron. "Lo hago por mis nietos", confiesa D. A su amigo lo mueven la impotencia y el enojo de que "les vendan a pibes de 10 u 11 años y no les importe nada".

Recuerdan que hasta hace unos 15 años en el barrio -que siempre fue "difícil"- había "códigos" y con los vecinos no se metían. Se acabó. Los "zombies" desconocen al otro y para conseguir unos pesos roban a cualquiera. Los que no tienen alquilan armas en Olivos (9 y 38 mm) y los ajustes de cuentas son cada vez más frecuentes. El 52,2% de los vecinos dijo haber sido víctima directa de delitos en los últimos 12 meses (el doble de la tasa de la capital).

"Droga cero" le pide D. al gobernador José Manuel de la Sota: "Que actúe, que la policía no mire para otro lado". Se lamenta de haberle comprado una pick up a su hijo para que trabajara. A los diez días, "la tenían los que les venden droga; a esos no se les puede deber nada".

R. trabaja con algunos jóvenes del barrio: "Les doy 300 pesos y aparecen otros con zapatillas nuevas y 2000 pesos y les cuentan cómo la hacen fácil. Claro, cómo van a querer seguir laburando".

Hay familias que se reparten entre sus integrantes la droga que venden. La madre, porros; un hijo, pastillas, y otro, alita de mosca. El cura De Giorgi y Fiorito coinciden en la fragmentación que hay; abundan las instituciones (club, centro vecinal, biblioteca, centro de jubilados), pero cada una va por su lado. Hay internas entre dirigentes y cruces de acusaciones. "No hay cultura del trabajo; mucho tiempo haciendo nada termina mal; no es verso -añade el párroco-, no hay una idea del bien común, no hablamos en plural."

En Muller, los adictos buscan recuperarse

*El párroco del barrio Muller, Mariano Oberlin, escucha a diario hablar de cómo operan las cocinas y los vendedores de drogas.

*Gestiona talleres de la Sedronar; tiene 220 chicos inscriptos y 120 en espera. Comenzó a ayudar a los adictos cuando en una semana debió dar tres responsos por muertes relacionadas con la droga.

*"No creo que el barrio esté controlado por los narcos, porque sería imposible hacer esta tarea. Pero van ganando voluntades, tienen mucha fuerza, mucha injerencia", dijo a LA NACION. Él está amenazado, pero es muy consciente de que los 220 chicos a los que ayuda "no son nada al lado de la cantidad que en esta zona vive el problema". Oberlin se acostumbró a ver, de madrugada, chicos de 10 años en la calle; algunos son "teros", usados por los narcos como campana.

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