Jóvenes adictas al paco en una calle de Buenos Aires
Por Gabriela Origlia (La Nación)
Las luces de alerta se
prendieron hace varios meses, aunque la presunción existía desde antes. En una
zona de esta ciudad, la seccional Quinta, donde abundan las "cocinas"
de drogas, no sorprende que el consumo de paco golpee a los más jóvenes. Demoró
más de lo que se suponía, pero está. Y, al igual que en Buenos Aires, son las
madres las que empiezan a organizarse, cabalgando en la desesperación y la
impotencia. Ante LA NACIÓN, hicieron un pedido desesperado de ayuda.
"Están enamorados de
la bolsita de pasta; no les importa nada... No me quedan ni platos ni
cubiertos; vendió todo para comprar. Cuando voy al almacén dejo las cosas en lo
del vecino y cuando salgo se queda alguien vigilándolo", cuenta angustiada
María, el nombre de ficción que elige porque en estas cuadras la pelea con los
que venden droga es desigual. Ella ya recibió amenazas e incluso golpes.
Su hijo tiene 15 años;
empezó fumando porros y de ahí pasó al paco. La última semana se iba a ir al
Sur, a una granja, donde intentaría salir del infierno. No lo hizo y, en
cambio, apareció "molido a golpes". Le pegaron los mismos que le
venden. "Le venía pidiendo que saliera; ahora parece que se asustó
más", confiesa ella con algo de esperanza.
En la Quinta (barrios
Muller, Maldonado, San Vicente, Bajada San José, Campo La Ribera, Miralta,
Colonia Lola), las pastillas, la marihuana, la cocaína y la "alita de
mosca" (cocaína cristalizada de altísima pureza) son sustancias cotidianas
desde hace años, pero el paco se sumó al menú con fuerza en los últimos
tiempos.
Francisco Salcedo, jefe
de la Fuerza Policial Antinarcotráfico (FPA), no niega a LA NACIÓN "que
pueda llegar a haber" paco en la provincia, pero insiste con que no hay
registros de cocinas de producción ni dosis en el depósito, que funciona desde
2012 y guarda "el producto de 20.000 secuestros" de drogas.
Afirma que los centros
toxicológicos tampoco tienen datos de consumo. "Hay un caso de hace cinco
años; la persona era de Buenos Aires", menciona. De todos modos,
comenzaron a "trabajar de oficio, con directivas expresas" de los
fiscales del área.
Rosa (tampoco es su
nombre real) es tajante: "Terminan en la cárcel o en el cementerio".
Tiene tres de sus siete varones detenidos. Con las lágrimas al borde de
dispararse todo el tiempo, relata que todos terminaron el secundario,
"pero ya no alcanza".
En enero, con otras
mamás, se reunieron con autoridades de Seguridad de la provincia. Les entregaron
un plano con los lugares de venta marcados; dieron nombres; detallaron quién
recibe objetos robados como parte de pago y quién sólo acepta efectivo;
pidieron una posta policial en un lugar diferente de donde está hoy.
"Estamos esperando -agregan-. No hay un solo cambio. A los «rateritos» los
corren y entran en las casas sin problemas; a los «transas» ni los
tocan..."
En una caminata por unas
pocas cuadras señalan dónde se esconden los "piperos" (como llaman a
los que fuman paco) y los baldíos en los que muchas madrugadas aparecen
durmiendo los que vienen desde Renacimiento o Bajada Yapeyú. "Llegan y
hasta que no se gastan lo que tienen no se van", apuntan.
El ex director de la
Subsecretaría de Prevención de Adicciones (Sepadic) de Córdoba y actual integrante
de la Sedronar, Juan Carlos Mansilla, recuerda que hace unos meses recibió a
una adolescente consumidora de paco, que fue desintoxicada, y se le dio aviso a
Salud de la provincia.
La particularidad de sus
consumidores es que no se trasladan; son de donde se fabrica la droga y de
sectores sociales muy vulnerables. Para Mansilla, la novedad en Córdoba, en el
último año, es la aparición de la demanda local: "Solía ser de quienes
venían de otras provincias y traían la cultura" del consumo de paco.
Preocupación
Isabel Vázquez integra
las Madres del Paco bonaerenses. Señaló a LA NACIÓN que recibieron llamadas de
cordobesas alarmadas porque sus chicos desaparecían "dos o tres días y
volvían hechos una piltrafa, sin la misma ropa que tenían". Está segura de
que la lucha, hasta que el tema se "ponga en la agenda política"
provincial, será muy larga.
La dosis de paco cuesta
unos 50 pesos (el doble que en Buenos Aires) y para que rinda unas tres
"secas" se la mezcla con cenizas. Las madres que hablan son conscientes
de que hay más mujeres preocupadas, pero que tienen temor. "Al más grande
mío le dije que se vaya de casa, porque trabajaba y cuando se compraba algo el
otro se lo vendía y entonces le pegaba. Así es imposible", suma Rosa.
La situación les provoca
tristeza, impotencia y enojo. Una mezcla de emociones que les cuesta definir.
Han llegado a pensar que deberían ir con los chicos y atacar a los que les
venden. "Son asesinos silenciosos, rodeados de «perros»". Los
"perros" son los que los cuidan.
Viendo que sus hijos
adelgazan, se les oscurece la piel y tienen los ojos "tristes, como para
atrás", prefieren que consuman "blanca" (cocaína) porque
"al menos, comen, reaccionan". Quieren hacer algo, pero necesitan
colaboración, saben que solas no pueden. "Yo no quiero que a mi hijo lo
larguen de la cárcel, como me dijo uno de Seguridad; está ahí porque debe pagar
por lo que hizo, pero quiero que los otros no terminen igual", dijo una de
ellas.
María entregó a su hijo
tres veces a la policía; la última, hace sólo unas horas, por robarle a un
vecino. "Le preguntan qué consume, les dice y a las horas me lo
devuelven", explica.
Graciela Córdoba integra
desde hace 20 años la Red Social de la Quinta, una alianza de instituciones que
trabajan "por el bien común de los que viven, transitan y trabajan"
en la zona. "Hay mucha preocupación sobre cómo abordar este problema; acá
no es fácil ser madre y sostén del hogar y tampoco ser joven y no tener
futuro", describe a LA NACIÓN.
"Te vas a
morir" les advierten las madres, desesperadas. "Sí... ¿y para qué
quiero vivir?", les responden sus hijos, atrapados por el paco.
Más controles en las fiestas electrónicas
No hay comentarios:
Publicar un comentario